domingo, 30 de diciembre de 2012





VLADIMIR HOLAN

            En estos días oscuros de fin de año, aparece con luz renovada el verso de Vladimir Holan. Sus títulos son muy elocuentes: Miedo, Dolor, En el último trance o Un gallo para Esculapio. En todos ellos aparece el hombre con esa necesidad de comunicación. Como muy explica Clara Janés en el preliminar a la antología de Holan, La Gruta de las palabras, “Heidegger dice que el hombre es el ‘que debe mostrar lo que es’ y que ‘se funda en el habla, pero ésta acontece primero en diálogo’.Holan cree lo mismo: ‘monólogo/¡aquel error de suicidas!’, y lo pone en práctica. Esta posibilidad de diálogo es precisamente la que diferencia al hombre de la piedra, la estrella o el animal”. Sirvan como ejemplo algunos poemas de Holan, tres, de su libro Dolor:

Pero el tiempo


“¿Qué hay en tu corazón”, me preguntó la vida.

Era una pregunta tan brusca,

buscaba tan poca excusa,

que quise responder: ¡Nada!

Pero el tiempo (que en pie junto a una columna de piedra

obligó hace mucho a sentarse a toda las catedrales)

me dijo: “Mentiroso, ese lugar que en ti

han ocupado las mujeres

sólo en el infierno permanece vacío!”.


Ubi nullus ordo, sed perpetuus horror


Terrible es vivir puesto que hay que quedarse

en la aterradora realidad de estos años…

Sólo el suicida piensa que puede salir por puertas

que en la pared tan sólo están pintadas…

No hay señal más tenue de que vaya a llegar el Paráclito…

Sangra en mí el corazón de la poesía…


Resurrección

¿Que después de esta vida tengamos que despertarnos un día aquí
al estruendo terrible de trompetas y clarines?
Perdona, Dios, pero me consuelo
pensando que el principio de nuestra resurrección,
la de todos los difuntos,
la anunciará el simple canto de un gallo...


Entonces nos quedaremos aún tendidos un momento...
La primera en levantarse
será mamá... La oiremos
encender silenciosamente el fuego,
poner silenciosamente el agua sobre el fogón
y coger con sigilo del armario el molinillo de café.
Estaremos de nuevo en casa.




jueves, 27 de diciembre de 2012

KATHERINE MANSFIELD

 Un amigo me la recomendó en una tarde otoñal  mientras salíamos a la ya nocherniega calle Gamazo de Valladolid. Me dijo que, para él, era la mejor cuentista que había leído nunca. Al sábado siguiente, me acerqué a ver a mi amigo Miguel, el de Sandoval, y le compré  Fiesta en el jardín. Y en estos relatos de la escritora neozelandesa he estado metido hasta que empecé a Perec y sus instrucciones de uso para la vida (que me perdone la modificación que he hecho de su título), libro con el que llevo más de veinte años de retraso con mi amigo, Pablo Perera, gran filósofo de Saucelle y seguidor de Deleuze por las “mil mesetas”. De Perec hablaré cuando lo termine; hoy os cuento de Mansfield.
         Su vida no es, digamos, sencilla: se casa con su profesor de canto, George Bowden, al que abandona en la noche de bodas;  mantiene relaciones con John Middleton Murry con el que se acabará casando, eso sí, sin olvidarse de su D.H. Lawrence y de sus relaciones con Ida Baker. Como se puede comprobar, no es una vida para una novela ejemplar, sin embargo no somos nadie para entrar en juicios morales y, si la traemos a este blog, es para hablar de su literatura.
         Sus cuentos me han gustado. Quizás no es la mejor (¡ay eso del mejor y del peor!), pero es muy buena. Si tenéis dudas, leed Fiesta en el jardín, relato que da título al libro, La lección de canto, o el que cierra el volumen La doncella de la señora (¡ojo! que no la criada del señorito que decía la inconmensurable Gracita Morales). Una buena lectura la de los cuentos de la Mansfield.Por cierto,  que se murió en París, no de aguacero como el peruano que todos tenéis en mente, sino de tuberculosis que también es una manera muy literaria de morirse.


 
 
 
CHRISTEN, ÄTZET DIESEN TAG
Le hemos robado a Juan Sebastian Bach el título de su cantata para el primer día de la fiesta de Navidad: ¡Cristianos, grabad este día! y, para que no haya duda de la importancia del día, el texto, atribuido a Johann Michael Heineccius dice: in Metal und Marmorsteine, es decir, en metal y en mármol.  Hoy nos ha nacido un niño y, como sigue diciendo el texto en la cantata que hace el número de catálogo BWV 63, ¡oh día santo, día inolvidable, en que la salvación del mundo, el héroe, que Dios prometió en el Paraíso al género humano, se ha manifestado! Feliz Pascua de Navidad para todos y quedaos en la paz de Bach con el comienzo de esta cantata en la magnífica versión de Karl Richter que, como el maestro, también fue cantor en Leipzig.
 
https://www.youtube.com/watch?v=lW3KqvJHxBo

viernes, 21 de diciembre de 2012

DANIEL FARIA

De Daniel Faria he traducido, prácticamente, tres libros que, por desgracia, no han llegado a ver la luz porque ninguna editorial ha querido saber nada de ellos. Es un buen poeta que no merece que esté sin traducir en castellano y que ha influido bastante en las nuevas generaciones de poetas portugueses. Este poema pertenece a su libro “Explicación de los árboles y de otros animales” y está, por supuesto, por desgracia y por desidia editorial, inédito en castellano. Esperemos que por poco tiempo.



Me aflijo por todo lo que muere
como tengo pavor por cada noche que cae.
¿Cómo me olvidé del camino de salida?

Infeliz pues olvidé las sendas de la caza.
¿Comeré hierba?¿Sol?¿Comeré estepas y estepas
ardiendo?

Me voy a poner la mesa y a esperar.

Me aflijo por toda ausencia no anunciada
encendí la luz por toda la casa y electrifiqué la voz
ahora puedo amplificar la claridad de los gritos.

Puedo abrir caminos en el fuego: sé el ritmo de la mano exacta
que hace que el pueblo atraviese enjuto por el interior del agua.

Me voy a sentar a la mesa. Voy a dejar que la comida se enfríe.
Hacerme a la idea de que estoy esperando.       

martes, 18 de diciembre de 2012

JACINTO HERRERO ESTEBAN


JACINTO HERRERO

         Conocí a Jacinto Herrero mucho más tarde de lo que me hubiera gustado. Un día, en la librería de mi amigo Senén Pérez, Jacinto estaba viendo libros con don José Jiménez Lozano. Don José me presentó y él, casi al momento, me propuso traducir el primer libro de las Tristia de Ovidio. Fue mi primera traducción “profesional” y mi primera publicación. Luego, vinieron otros libros en los que el mayor placer era pasar las tardes con Jacinto y, mientras el café se enfriaba en la mesa, corregir las primeras pruebas y hablar de literatura. Era un poeta fino y de gran sensibilidad y mañana hace un año que nos dejó, que se marchó a cuidar los pájaros morañegos y a recorrer, en el incendio de la tarde, las rastrojeras de Langa. Sero te inveni, Jacinto, pero tú sabes que compartimos una amistad sincera y que vibrábamos al unísono leyendo un buen poema. Como testimonio de su poesía, ahí os dejo su último poema, dos meses antes de que dejara Ávila, la casa, y se marchara de vuelo hacia la casa del Padre.

Al margen de Teresa

 

Esta mujer tenía su raíz en la tierra:

tal vez vio al hortelano mullendo los terrones

del breve huertecillo, preparar para el riego

un caz de agua limpia donde beben palomas

de su palomarcito y menudos gorriones

que en el salmo aparecen solos en el tejado;

pían en soledad en busca de refugio

para una Noche larga esperando el Sol nuevo:

contempladlo de frente y quedaréis radiantes.

Ella ha viajado con vientos y tormentas,

vadeado los ríos en viejos carromatos

por llegar a ciudades de noche sin dineros.

-Y no tenemos casa. Conviene no hacer ruido

en esta pobre ruina hasta que no amanezca.

 

viernes, 14 de diciembre de 2012

MI SAN JUAN

MI SAN JUAN
         Hoy, día 14 de diciembre, es el día de San Juan de la Cruz, patrono de los poetas. Cuando yo era un joven profesor de latín y estaba destinado en la ciudad de Ávila, yendo de camino al Instituto (entonces era un Instituto con mayúsculas y no “la casa muerta”) pasaba todos los días por la estatua dedicada al poeta santo o santo poeta, tanto da que da lo mismo, en aquella hermosa y recoleta plaza frente al edificio de la Diputación. En días como este, me paraba, lo miraba y le recitaba algún poema suyo. Otros, a los que les temblaban y les tiemblan las libélulas, se iban a poner ciegos de garbanzos a Fontiveros. Nunca entendí que tenía que ver la mística con el cocido, pero, en este mundo literario nuestro tan garbancero, todo vale con tal de hacerse notar, comer de mogollón y salir en los papeles. Nunca fui invitado porque ni siquiera soy poeta oficialmente reconocido por las sacrosantas academias de esta tierra en las que gobierna un santo que no quiero nombrar. Allá ellos. Yo, en este día, me tomaré unas peras con canela como las que le hicieron al santo las monjitas de Úbeda cuando, ya próximo a morir, tuvo ese sencillo antojo y leeré con vosotros en este blog un poema suyo. Con eso me basta y me sobra, que no era mi Juanillo dado a exceso ninguno.
La noche oscura


    Canciones del alma que se goza de haber llegado al
    alto estado de la perfección, que es la unión con Dios,
    por el camino de la negación espiritual.


  En una noche oscura,
con ansias en amores inflamada,
(¡oh dichosa ventura!)
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada.                     5

  A oscuras y segura,
por la secreta escala disfrazada,
(¡oh dichosa ventura!)
a oscuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada.                     10

  En la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz ni guía                             
sino la que en el corazón ardía.                 15

  Aquésta me guïaba
más cierta que la luz del mediodía,
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.                    20

  ¡Oh noche que me guiaste!,
¡oh noche amable más que el alborada!,
¡oh noche que juntaste
amado con amada,
amada en el amado transformada!                  25

  En mi pecho florido,
que entero para él solo se guardaba,
allí quedó dormido,
y yo le regalaba,
y el ventalle de cedros aire daba.               30

  El aire de la almena,
cuando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería,
y todos mis sentidos suspendía.                  35

  Quedéme y olvidéme,
el rostro recliné sobre el amado,
cesó todo, y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.                     40


CHEJOV, RAJOY, LA MERKEL Y EL PERRO

         El inspector de policía Ochumélov oye chillar un perro y se dirige al lugar de donde proceden los gritos de la gente y los aullidos del pobre animal. Un tal Jriukin le dice que el perro le ha mordido. El inspector monta en cólera y dice que el amo del perro se va a enterar, que le pondrá una multa y que matará al perro. Sin embargo, alguien le dice que es del general Zhigálov y Ochumélov cambia: el perro no ha mordido a nadie sino que un clavo maldito se ha clavado en el dedo de Jriunkin. El municipal que acompaña al inspector tiene sospechas de que el perro sea del general y de nuevo el inspector vuelve a pedir un castigo para el perro y los amos. Pero ¡ay! una voz afirma que el perro es del general y, claro, el inspector cambia de nuevo de opinión: Jriunkin es el culpable de la mordedura y lo que tiene que hacer es dejar de enseñar ese estúpido dedo. Viene el cocinero del general y dice que nunca, en casa del general, ha habido perros vagabundos. Otra vez cambia el destino del perro: “Hay que matarlo y se acabó”. Sin embargo, el cocinero no había terminado: “No es nuestro. Es del hermano del general que vino hace unos días”. Y otra vez cambia el azaroso destino del perro que pasa a ser un perrito simpático que hace lo que tiene que hacer un perro: morder. El cocinero se lleva al perro y Ochumélov amenaza al descarado de Jriunkin.
         Así termina el cuento de Chejov llamado, no hace falta explicar por qué, El camaleón. Ahora pensemos que el general es la Merkel, que Rajoy es Ochumélov y que el perro, el pobre perro, cuyo destino cambia según cambian las opiniones del inspector que, a su vez, debe tan camaleónica conducta a su servil obediencia, no es sino la triste España sin ventura y tendremos otro cuento: el cuento que nos están contando para que nos traguemos esta crisis.

lunes, 10 de diciembre de 2012

LA CHICA A LA QUE DESPIDIERON POR LEER A PROUST


LA CHICA DESPEDIDA POR LEER A PROUST

         A la chica de la foto la despidieron porque, cuando trabajaba de mecanógrafa y telefonista en una inmobiliaria de Manhattan, la supervisora la pilló con un libro en la mano. La mujer aquella le quitó el libro, la golpeó en la cabeza con él y le señaló el camino de la puerta no sin antes profetizarle: “Nunca llegarás a nada en este mundo”. Pero aquella chica era una yonkie de las palabras, una lletraferit  que no podía vivir sin la escritura pues, como ella misma escribió, “no me gustaría vivir si no pudiese escribir”. Y ello era así porque “la escritura no es sólo mi modo de ganarme la vida; es como me gano mi alma”.  Y también porque “escribir es mi modo de buscar a Dios”.

         La chica de la foto se fue a su casa y se puso a escribir párrafos tan bonitos como es éste con el que arranca su novela corta más famosa, La balada del café triste:

      El pueblo de por sí ya es melancólico. No tiene gran cosa, aparte de la fábrica de hilaturas de algodón, las casas de dos habitaciones donde viven los obreros, varios melocotoneros, una iglesia con dos vidrieras de colores, y una miserable calle principal que no medirá más de cien metros. Los sábados llegan los granjeros de los alrededores para hacer sus copras y charlar un rato. Fuera de eso, el pueblo es solitario, triste; está como perdido y olvidado del resto del mundo. La estación de ferrocarril más próxima es Society City, y las líneas de autobuses Greyhound y White Bus pasan por la carretera de Forks Falls, a cinco kilómetros de distancia. los inviernos son cortos y crudos y los veranos blancos de luz y de un calor rabioso.

       La chica de la foto, pese a lo que le dijo la supervisora de aquella sombría inmobiliaria de Manhattan ( ni de la una ni de la otra recuerda nadie el  nombre), llegó a bastante en este mundo, por ejemplo, a escribir novelas como Reloj sin manecillas o El corazón es un cazador solitario y nouvelles de tanta calidad literaria como Reflejos en un ojo dorado, la ya citada Balada del café triste y Frankie y la boda. Por cierto, no sé si he dicho que la mecanógrafa despedida se llamaba Carson McCullers.

viernes, 7 de diciembre de 2012

UN POETA PALENTINO

JOSÉ MARÍA FERNÁNDEZ NIETO

         Conocí a este buen poeta palentino antes de que le concedieran el Premio Castilla y León de las letras en abril de este año cuando yo andaba de profesor de latín en el Victorio Macho de Palencia y era un hombre feliz que recorría los soportales de la calle mayor y, muy de vez en cuando, se regalaba el paladar con algún milhojas de doble capa. Tampoco, a fuer de ser sinceros, hubiera sido un demérito por mi parte el que le hubiera conocido tras la concesión de ese premio. Sea lo que fuere, lo cierto es que hasta este verano no comencé una lectura sosegada y pausada de su obra y quiero ahora, en este humilde blog, deciros que ha sido una de mis mejores experiencias lectoras de este año que se nos va. Me enamoró su poesía a la que dedicaré otra página para intentar – si es que puedo- explicarla para que la disfrutéis más. O quizás es un error por mi parte intentarlo pues a los poetas se les lee, pero no se los explica. Baste por el  momento este bellísimo poema que me encanta y que me pone un nudo en la garganta (que me perdonen mis amigos posmodernos si todavía la poesía me emociona y también que me perdonen porque el poeta tiene la osadía de hablar de Dios). Se titula Testamento para dejar versos a un hijo y es de su libro Un hombre llamado José:

TESTAMENTO PARA DEJAR UNOS VERSOS A UN HIJO

         Hijo, cuando me muera,
deja todo en su sitio, no toques mis apuntes,
no escribas con mi pluma, no revuelvas mis libros.
Hijo, cuando me muera,
no cambies los estantes donde tanto he soñado,
no alteres el desorden de mis noches amigas,
no digas en voz alta mi nombre…
                                                  ¡No sé cómo
decirte que respetes el aire que era mío!

         Mira, te dejo todo,
mi modo de quererte, de hablarte, mi costumbre
de ser a voz en grito, mi temor de que algunos
me esté llamando bueno.

         Te dejo mi sincero deseo de haber sido,
mi pasión por los hombres que sueñan en voz alta,
mi ciego escepticismo por las mercaderías
y mi fe inquebrantable en las rosas inútiles.

         Hijo mío, te dejo
esto que soy, un número que no he entendido nunca.


         Piensa, cuando yo muera,
que todo lo que es grande se apoya en su misterio.
¿Acaso el mar se entiende? ¿Entiendes el ocaso
o el amor o la vida o ese beso insondable
del cielo cuando llueve?

         Por eso, cuando muera,
no quiero que te acerques a mi mesa revuelta,
no quiero que me ordenes los recuerdos, no quiero
que cambies los sillones de sitio, el cenicero,
las cartas de otros tiempos, no quiero que descuelgues
los cuadros o que muevas la luz de las ventanas.

         Déjame como he sido.

         Pon a secar, al aire de tus años, mi vida,
investiga en mis sueños, copia mis soledades,
recita mis anhelos de Dios, mis esperanzas
de ser contigo un día, aprende mi tristeza
gozándola por dentro.

         Hijo mío, te dejo
-te será suficiente para andar por mi muerte-
mis versos…

         No hace falta que los entiendas…
                                                          Todos
son como yo, hijo mío, algo que no se acaba
de entender como ocurre con todo lo inefable,
como el mar que es hermoso, el mar, que se contempla,
que se nada gozándole y que nunca se entiende.

         Hijo, cuando me muera
ya sabes que te dejo a un hombre en testamento.