miércoles, 6 de diciembre de 2017

JESÚS Y EL CENTURIÓN ROMANO


Leíamos, en estos días pasados, el  famoso relato evangélico de Cristo y el centurión romano, aquél que le dice esas palabras que repetimos en la Santa Misa antes de tomar la comunión: Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme. Veamos, como siempre, antes de comentar el pasaje,  el texto griego:

κα ποκριθες κατνταρχος φη, Κριε, οκ εμ κανς να μου π τν στγην εσλθς· λλ μνον επ λγ, κα αθσεται πας μου.

         Me gustaría hacer hincapié en el adjetivo κανς que la vulgata latina traduce por dignus y que como digno ha pasado al castellano. Efectivamente, la traducción es muy buena, pero deja escapar un matiz que sí que recoge de manera plena el adjetivo griego: el centurión no sólo no es digno porque considera a Jesús alguien por encima de él en el orden religioso aunque sean de diferentes religiones, sino porque – y ahí es donde el adjetivo griego es más preciso pues significa “capaz”- un pagano no podía recibir a un judío en su casa. De ahí que el centurión se considere “incapaz” de recibir a Cristo pues, hombre conocedor de la religión de los judíos, sabía que no podía albergar en su casa a un judío y, mucho menos, a un judío como Cristo del que le había llegado la fama de su vida apostólica y de “hacedor de milagros”. (El acercarse a Cristo buscando su vida,  su palabra y su Cruz vino después; lo primero, fue lo “pragmático” de sus curaciones. Y también la incomprensión hasta de sus propios discípulos, eso que algunos autores llaman “la segunda pasión de Cristo”. Pero eso ya es otra historia y a cada día bástale su afán.


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